Este artículo fue escrito el 23 de marzo, nueve días después de ser declarado el estado de alarma en España

Que vivimos en una situación de guerra es una triste e incontestable realidad. Ante esta infección que nos ataca, hay que prestar especial atención a los vulnerables y, entre estos, la población con cáncer puede ser una de las más importantes: la COVID19 se ha convertido en la amenaza de un paciente ya de por sí amenazado. Por eso, la labor primordial del oncólogo en estos tiempos convulsos sigue siendo el cuidado del paciente con cáncer, pero ¿cómo podemos hacerlo en medio de una guerra?

El hospital: de ser un lugar de ayuda a convertirse en un territorio hostil y peligroso

Es una labor difícil, pero imprescindible; no hay que olvidar que los enfermos oncológicos pueden llegar a representar hasta un tercio de la atención hospitalaria. Y ese es el primer problema, ya que, bruscamente, el hospital ha pasado de ser el pilar de la ayuda a un territorio hostil para el paciente con cáncer. En apenas días, hemos asistido atónitos a un frenazo de muchas unidades de diagnóstico o áreas quirúrgicas fundamentales para un paciente que tiene que ser diagnosticado y tratado de un cáncer potencialmente curable. Por ello, tenemos que extremar la vigilancia para que no se escape ningún paciente. Los comités multidisciplinares siguen siendo necesarios, pueden seguir reuniéndose incluso de forma virtual, porque será preciso definir en cada caso la indicación de la cirugía o de cualquier tratamiento. Puede que no sea el mejor momento para realizar una intervención quirúrgica e, incluso, que sea mejor diferir muchas de ellas, pero tendrá que ser definido caso por caso y de acuerdo con el paciente. Los enfermos en tratamiento suponen un reto todavía más complejo: muchos de ellos están recibiendo quimioterapias que son inmunosupresoras y, por tanto, aumentan el riesgo de complicaciones si el enfermo se infecta por el COVID-19.

“Esta enfermedad es especialmente peligrosa para las personas con cáncer: La COVID19 se ha convertido en la amenaza de un paciente ya de por sí amenazado”

En aquellos otros con terapias dirigidas y hormonales se desconoce qué puede pasar, al igual que ocurre con la moderna inmunoterapia, una gran incógnita. Por desgracia, se ha tenido que parar la inclusión en la mayoría de ensayos clínicos, muchas veces la mejor opción terapéutica para algunos pacientes. Por eso, uno de los principales objetivos ha sido individualizar el tratamiento de cada enfermo, considerando el balance riesgo/beneficio. Otra iniciativa se ha centrado en evitar que el paciente acuda al hospital y reducir su riesgo de contagio. Para ello, aquellos pacientes en los que se ha considerado que se podía hacer, se han hecho consultas de revisión telefónica, se ha suministrado medicación oral para varios meses o se han modificado las pautas de administración intravenosa buscando las más prolongadas.

“Los oncólogos vamos a ser fundamentales para informar de la situación concreta de cada paciente y poder estimar las expectativas reales de supervivencia”

De hecho, otra preocupación ha sido proteger el hospital de día evitando la entrada de posibles pacientes infectados y extremando las precauciones de contacto, una tarea nada fácil, pero que hasta ahora parece que se ha conseguido con relativa eficacia. En medio de esta primera oleada de infectados, no hemos vivido una alta incidencia de afectados por el COVID-19 entre los pacientes oncológicos. Puede ser que esta población, muy preocupada por su salud, haya extremado las medidas de protección que desafortunadamente otros no han tomado, pero sinceramente no sabemos lo que podrá pasar después.

De ahí la importancia de todas las medidas previamente descritas que se están haciendo para preservar al máximo a los pacientes y evitar los riesgos de tratamientos inadecuados en este periodo. En la mayoría de casos estas medidas se han tomado de forma individual en cada hospital, atendiendo a sus necesidades y características y, a un ritmo frenético, se han ido emitiendo procedimientos y protocolos porque la situación así lo está exigiendo. Desde la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) estamos trabajando para evaluar toda la información que se va generando a tiempo real con el objetivo de ayudar a nuestros oncólogos y pacientes y tratar de unificar criterios en beneficio de todos. De este modo, se han emitido varios documentos y se ha abierto un canal de información permanente porque hay una avalancha de información gubernamental, autonómica o de otras sociedades científicas de oncología como la europea (ESMO) o la americana (ASCO), sobre los procedimientos y medidas a tomar con los enfermos de cáncer que es preciso cribar y definir para nuestro entorno concreto. Además, lo cierto es que, con esta infección, nos movemos en un terreno de incertidumbre y de evidencia científica limitada que es todavía muy insuficiente también en el terreno del cáncer.

El riesgo del doble castigo para el paciente oncológico

Los pocos datos disponibles proceden de China y de Italia, y apuntan a un mayor riesgo de complicaciones y mortalidad en la población oncológica, pero necesitamos datos más completos. Por eso, desde SEOM se ha iniciado también un registro de casos para ir viendo la evolución de los mismos y luego hacer un estudio que nos defina el perfil de esta infección en nuestros pacientes. Finalmente, me gustaría tocar un tema muy delicado y que posiblemente tendrá que ser abordado en profundidad en función de los acontecimientos. Con un sistema sanitario muy tensionado por esta grave pandemia, los recursos para pacientes críticos se están quedando limitados y tristemente habrá que elegir en una situación tan extrema como la actual quién se puede beneficiar más de estas medidas. Con frecuencia el paciente oncológico es estigmatizado a la hora de valorar su pronóstico de supervivencia en situaciones que requieren tratamientos urgentes. Ahora más que nunca, los oncólogos podemos ser clave para evitar que se puedan producir inequidades a la hora de una toma de decisión tan dura como esta. Los oncólogos vamos a ser fundamentales para informar de la situación concreta de cada paciente y poder estimar las expectativas reales de supervivencia.

No hay que olvidar que estas expectativas cada vez son más prolongadas e, incluso en los supervivientes ya curados de cáncer, similares a las de su rango de edad. Por tanto, queda patente que nuestra labor prioritaria como oncólogos sigue siendo el cuidado de nuestros pacientes todavía más en una época tan convulsa como la provocada por el coronavirus. Si bajamos la guardia, corremos el riesgo de que, una vez superada como esperamos esta pandemia, los pacientes con cáncer hayan sufrido un doble castigo: el que causó directamente el virus y el que se provocó por un cuidado inadecuado del cáncer.

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